Brumoso, y con una ligera lluvia cayendo. Son las 8 de la mañana, 4 de diciembre de 2007, y Mike Prickett y yo caminamos hacia el Pillar Point Harbor en Half Moon Bay, California. El húmedo y lluvioso camino de ruta desde SFO está lleno de llamadas telefónicas a surfistas y fotógrafos, tanto hacia Ghost Trees como hacia Mavericks. Este es el mayor oleaje en California en un par de años. La tormenta perfecta del Pacífico está centrada en esta latitud, y hay solamente un par de lugares que pueden producir lecturas de boyas surfeables de hasta 10 metros de altura. Va a estar bueno, pero ¿en qué lugar serán mejores las condiciones climáticas?
Debido a cierta logística, Mavs tiene que ser la primera en ser observada. Pum! Un vistazo al otro lado de la calle es todo lo que se puede hacer en medio de la lluvia estacional y la pesada niebla. Ross Clark-Jones acaba de aterrizar llegando desde Portugal en busca de una tormenta similar en el Atlántico, Garrett McNamara y Kealii Mamala atraparon una en Waimea Bay en la tarde de ayer de camino al aeropuerto, junto con John John Florence antes del vuelo nocturno desde Hawai. Los saludos en el estacionamiento son el paso previo a unos bocadillos, café y un rato de vagancia en el Harbor View Hotel, preparándonos y reparando tablas, esquís y equipos.
A las 10 am, se corre la voz de que Ghost Trees está encendido, enviando olas de 70 pies hacia el cielo. Es imposible confirmar esto, porque nadie que se haya tomado el compromiso de hacer el viaje de tres horas al sur hasta Pebble Beach está interesado en ver a todos los equipos pululando cerca de los Mavericks llegando a arruinarles la fiesta.
Mientras tanto, las ocasionales misiones de reconocimiento de las motos acuáticas descubren a un par de surfistas en situación de visibilidad cero. Esto no es lo que la elite mundial de surfistas de olas grandes quiere enfrentar en un oleaje en ascenso que potencialmente tiene todas las posibilidades de traer las Mavs mas grandes de todos los tiempos.
El reloj está andando, y de repente es mediodía. Un punto sin retorno. Mark Healy, Jaime Sterling y otros surfistas de olas grandes deciden movilizarse a Trees. Si todo va bien, cuando más rápido estén en la alineación de espera, junto a otros quince o más equipos, será a las 3 de la tarde.
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Jamie Mitchell se lució con una sesión magistral en Maverick, pero terminó magullado y endurecido al día siguiente |
Atrapados entre la espada y la pared, cada breve rayo de luz que aparece renueva las ansias de los fanáticos de las Mavs de lanzarse al agua. Minutos después, la adrenalina tiene que asentarse para hacer otro control de equipos con las nubes cubriendo el cielo con la misma rapidez con la que se fueron.
Son ya las 2 de la tarde. ¿Deberíamos acaso haber hecho el inquieto viaje a Pebble Beach? ¿Acaso lo hemos arruinado? La gruesa niebla se disipa nuevamente. El oro de los tontos, ¡un agujero para incautos!. Una vez más, la puerta atmosférica se cierra, del mismo modo en que se había abierto. Paciencia, paciencia, paciencia, hasta que la espuma es demasiada y se comienza a armar una reunión en el muelle. Se dice que un bote de pesca está perdido en las altas olas, justo en el camino hacia el punto de surf, a alrededor de una milla de la costa, y que todos los capitanes de botes locales han decidido mantenerse a salvo. Muchos espectadores y fotógrafos tendrán que quedarse en la costa.
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Watson terminando una bajada impecable |
La Marea Alta ha pasado. Este es el momento del pico del oleaje. El cielo nuevamente se está despejando, y el Maverick original, Jeff Clark, dice que "la boya de San Francisco está en 24 pies. No recuerdo haber visto esto nunca antes". De repente, hay una sensación de que estamos a punto de atacar.
Unas oleadas salvajes desde el puerto actúan como guante ante el duro y brumoso viaje hacia fuera. Nos caemos una vez cuando nuestro ski se pone en posición vertical en un badén de cinco metros de altura. Tienes que pasar por esto para poner a prueba tu interés en esta maravilla del norte de California. Las Mavericks no son esas pristinas aguas tropicales, son unas olas rabiosas que aúllan dolores gélidos, y en el viaje hacia ellas la Madre Naturaleza les recuerda a los participantes que ninguno de ellos está invitado.
Una vez afuera, el traicionero camino transforma al caos en una tranquila neblina. Los vientos son ligeros y variables. La tierra, invisible. Las peligrosas rocas en el lado de adentro, apenas reconocibles. La bola en el acantilado luce como una espeluznante luna a través de la niebla. Solamente un par de equipos y unos pocos periodistas. Todos los botes están asustados, por lo cual nadie aquí está preparado para lo que está por suceder. Grandes sombras se proyectan en el fondo, algunas de ellas no pueden ser vistas sobre los equipos que marchan a través de la niebla.
Cuando Randy Laine se corta del grupo, repentinamente hay un claro y todo arranca. G-Mac está sacudiéndose para meterse en una ola de 50 pies. El equipo de los periodistas que había esperado en la niebla para que empiece el espectáculo de fuegos artificiales nos dice inmediatamente que es la ola del día hasta ahora, y la primer ola que es realmente fotografiable, con el cielo limpiándose.
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Ross Clarke-Jones en su elemento |
La tregua es corta: todo dura unas meras dos horas. ¿Medidas? Digamos un promedio de más de 25 pies, hawaianas. Fue feroz, y aún así la situación tenía algo de serenidad en este escenario privado. Hombros casi vidriados apoyados en revueltas cavernas verdosas. Caídas que sólo pueden ser comparadas con las del snowboarding en terrenos inhóspitos, con esquinas esculpidas por el viento. Demoníacos huecos vacíos seguidos de paredes de alta velocidad tan altas como rascacielos. Gritos y aullidos resuenan en la niebla en cada hazaña, y los esquís están listos para ir a buscar a los surfistas que caen. Medir la cara de las olas es imposible. ¿Dieciséis metros? ¿Veinte? Las explosiones de aguas blancas tienen dos veces esa medida.
Movidas de riesgo y momentos de mesura. Las olas son fuertes. No son los disparos de cañón y los tirajes de Chopes, sino un palmazo de toneladas de agua doblándose sobre sí mismas y cayendo hacia una superficie de agua dura como una roca fría.
Mucho se ha dicho del instinto voyeurístico que inspira el surf de olas grandes, pero hoy hay un aire de vieja escuela: un grupo de surfistas dedicados, surfeando solamente para ellos y para sus pares. A salvo de las miradas curiosas, esta sesión íntima está más cerca de la prueba de sonido de U2 que al recital a lleno total.
Con la sangre llena de Red Bull, y el RCJ metido más adentro de lo que se pueda imaginar. Jaime Mitchell, surgiendo desde el agua y agradeciéndose a sí mismo por usar un doble chaleco salvavidas. Jeff Clark consumido por el oleaje y resurgiendo en el lado interno. El sudafricano Grant "Twiggy" Baker, Rodrigo Resende de Brasil, y muchos más, todos liderados por el orgullo de los locales como Darryl "Flea" Virostko, Peter Mel, Shaun "Barney" Barron, y los hermanos Malloy ubicándose en sus puntos con toda la gloria. Las mayores Mavericks que jamás hayan sido surfeadas.
Ya son las 4:30 PM, y el sol está cayendo mientras la niebla regresa para cerrar el lugar. La oscuridad llega rápido y la misión de regreso al puerto es unánime. Hay euforia y logística en el aire mientras los equipos hacen planes para viajar a toda velocidad por la costa y atrapar esas mismas olas monstruosas mañana en Todos Santos, en México. Pero incluso un grupo de súper hombres como éstos pueden ser aplacados por una llamada telefónica: corre el rumor de que la leyenda local Peter Davi le ha dado su vida al mar hace un par de horas en Ghost Trees.
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Garrett McNamara a punto de ser aplastado |
Antes de confirmar la trágica noticia, debo correr al aeropuerto. A medio camino hacia SFO para un vuelo a las 8 PM finalmente llamo a casa para dar noticias. Mi familia sabía que yo estaría hoy en Mavericks o en Ghost Trees. Ellos ya habían oído las noticias sobre una muerte en el surf en el norte. La incapacidad de conectarme estropeó los planes de la cena de cumpleaños de mi hija. Ellos hicieron una votación familiar. Cuando papá llame, no negocies. Dile que no vaya a México.
Si no fuese por surfistas como Peter Davi, hombres de mar como aquellos que surfearon este oleaje ni siquiera estarían enterados de la promesa que la costa central de California ha ofrecido desde siempre para aquellos con el espíritu que hace falta para treparse a las olas más grandes del mundo. El peligro inherente y las potenciales consecuencias de esa persecución no están siendo cuestionados, son simplemente comprendidos y aceptados, y raramente reconocidos. Pero hoy debe suceder, y el ciclo de emociones que crea entre los surfistas en camino hacia México no es diferente al ciclo de tormentas invernales que se crean en el Pacífico Norte. Más olas gigantes vendrán pronto para honrar a aquellos que han sentido ya la libertad del mar.